Me contó el abuelo un día,
recalcando que fue cierto,
que un buen vecino en su huerto
una culebra tenía,
a la que el hombre quería
como a perrito casero
y cuidaba con esmero
desde el día en que nació
y así la sierpe medró
tan fuerte como el acero.
Ya crecida la serpiente
a su amigo no olvidaba
y confiada esperaba
el sustento pertinente
que de su mano paciente
cada mañana comía.
Mas sucedió que un mal día
el buen paisano enfermó
y a su cita no acudió
que estuvo en la enfermería.
Poco más de una semana
guardó reposo el enfermo
con su manta y con su termo
sin moverse de la cama.
Y ocurrió que una mañana,
de su dolencia curado,
con manjares preparado
visitaba al animal,
más fue el encuentro fatal
pues lo tragó de un bocado.
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