Es
un sueño que enloquece
en
el umbral del otoño,
es
el labio que enrojece
en el labio aquel, bisoño,
del
muchacho que marchó.
Es
la prueba del ayer,
la
condena que me hirió.
Certera,
siempre certera,
afilada
dentadura,
ahora
es la hora de espera
y
esa negra catadura
ya
se acerca sigilosa
sobre
su oscuro corcel
mostrando
su frente odiosa.
Mas
no ha de cruzar tan pronto
los
umbrales de esta puerta,
pues
el potro que yo monto
no
es el de montura muerta
y
entre sus cascos aprieta
la
vida de sangre viva
que
en las sienes se me inquieta.
Espera,
negra haraposa,
espera
que yo me aburra
de
esta vida desastrosa,
que
de mis labios se escurra
y
resbale incontinente
el
aliento primitivo.
¡Pues espera, impertinente!
Eres
terca como mula,
tan insistente, importuna.
Tú,
postrada en tu gandula,
dilapidas
mi fortuna
y
empobreces mi destino.
Mas
yo resisto el envite,
sigo
andando mi camino.
No
insistas, cruel segadora,
no
partiré todavía.
La
guadaña de tu aurora
no
segará en este día,
no
corte la savia viva,
no
ha de prendarse su filo
de
mi garganta cautiva.
¡Aparta
de mí tu aliento!
Tu
fétida podredumbre
oscura
vuela en el viento.
Como
quemada en la lumbre,
la piel chamuscada, muerta,
su
hedor esparce doquier.
¡Aparta
ya de mi puerta!
Chapeau
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