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sábado, 7 de noviembre de 2009

NOCHE ETERNA

.
Ι

Tendía su blanca mano
una limosna pidiendo,
grave su gesto imponiendo
imploraba, triste, en vano:
_ Por piedad mi buen hermano,
poquita cosa le pido
que el hambre en mi ya se ha ido,
mas los pobres hijos míos
¿Qué saben de desafíos?
Por piedad, que no han comido._

Torció el rostro el caballero
fingiendo ni ver ni oír,
notó la pobre el fingir
viendo su porte altanero.
Miró a sus hijos primero,
después a aquel hombre recio
y herida por su desprecio
al petulante maldijo.
Mala muerte le predijo
mas riose de ella el necio.


ΙΙ

Negra la noche cernía
de obscuro manto el camino,
su cabeza, por el vino,
a una voz hablarle oía
que con reproche decía:
“Hay de ti, mal caballero,
que guardaste tu dinero
y la mujer te maldijo
pues has de morirte, fijo,
por tu gesto cicatero”.

Mucho tuve que beber,
se decía para sí.
_“Mira, Enrique, lo que oí.
A causa de esa mujer
predicen mi perecer
unas voces tenebrosas.
No he de creer esas cosas
que el clarete que he tomado
en el ánimo ha causado
fantasías caprichosas”._

La noche larga se hacía,
de caminar no cesaba
y el sendero no acababa
ni cercano parecía,
ni asomarse se veía,
el final de su camino
y echaba la culpa al vino
por no hallar la ruta cierta
que ha de llevarle a su puerta,
maldiciendo el desatino.

Y las horas van pasando,
obscura la noche sigue,
la misma voz le persigue
su conciencia maltratando.
Y se oye gente llorando,
también se oye gran gemido.
Le parece conocido
cuando acercándose va.
Ya arrepintiéndose está
de tanto vino bebido.

Se oyen también campanillas
a ritmos acompasados,
se oyen murmullos velados
de gente por las orillas.
Y las tristes manecillas,
ahora mismo cae en la cuenta,
en la esfera amarillenta
su camino han detenido.
Todo aquello ha sucedido
poco a poco, a marcha lenta.

_Pero…¿Qué ocurre, qué es esto?
¿Quién dice mi nombre a veces?
¡Ay, Enrique, que enloqueces!
¿Y ese cantar funesto?
¿Por qué no fui más honesto
con esa pobre mujer?
¿Su maldición puede ser
la causa de esta locura?
¡Pero…qué dice ese cura!
¿Quién me quiere enloquecer?_

Sudor en su frente ardía,
los ojos desorbitados,
a vecinos y allegados
y gente que conocía
acercándose veía.
Triste el semblante llevaban,
quiso hablarles mas pasaban
a su lado indiferentes.
¿Qué querían esas gentes
que su presencia negaban?


ΙΙΙ

Cuatro golpes retumbaron
que el corazón sobresaltan
y sus visiones espantan.
Cuatro golpes resonaron
y unas manos se posaron
en sus hombros encogidos
y despierta sus sentidos
una voz atronadora,
que de pronto en esta hora,
interrumpe sus gemidos.

Y parece que se han ido
las voces y campanillas,
no hay gente por las orillas,
no se escucha ni un ruido.
Enrique aguza el oído
prosiguiendo su camino
y otra vez maldice el vino
que aquella noche tomó
y a su mente regresó
aquel rostro femenino.

Despierte, Enrique, despierte,
grita aquel hombre a su oído.
Don Enrique, adormecido,
agradeciendo su suerte,
cree regresar de la muerte
oyendo al hombre gritar.
Es difícil de olvidar
su horrorosa pesadilla,
esa horrible campanilla
y a ese cura oír rezar.

_¡Váyase, Enrique, a su casa!_
le decía el tabernero
ajustándole el sombrero.
_Verá que pronto se pasa
el dolor que fuerte abrasa
esa tripa maltratada.
Es la noche bien entrada
y un buen descanso merece,
ya verá que lo agradece
su cabeza castigada._


ІV

Ya más calmado,
muy aliviado,
ha recordado
a aquella mujer
y presumiendo
va sonriendo
y maldiciendo
aquel padecer.

Ya caminando
va planeando
y barruntando
grave y cruel venganza,
pues la pureza
de la pobreza
y su grandeza
a entender no alcanza.

Encuentra su casa abierta
y sorprendido se extraña.
La memoria no le engaña,
llave le echara a la puerta.
Aún más le desconcierta
ver a vecinos entrando,
a sus amigos rezando
y con tristeza en los ojos
ante su cuerpo, de hinojos,
a aquella mujer llorando.
 

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